Y asì fué, cuando me puse adelante de la màquina de escribir (si, todavìa al final de los años Ochenta, usaba una màchina de escribir) e inicié a consumir hojas y hojas, un dia entero, viviendo dentro a aquéllas hojas, dentro a aquél mundo encantado, hecho de abuelos, una abuela que olìa de naftalina, con vestidos viejos, de tela conservada por años, y un abuelo que olìa de ancianidad, de la bondad infinita por los nietos y las gallinas.
LA TRAMA
A través este recorrido el protagonista (es decir) el yo narrante, muy semejante a aquél verdadero, cuenta episodios a haces de luz, a bosquejos de colores, vividos por mujeres, hombres y animales, en aquélla megalìtica casa que era la vivienda al mismo tiempo de los abuelos y de los padres.
El padre inquieto querìa dejar el seguro puesto de farmacista para emprender como ùnica actividad aquélla artìstica, pintar cuadros y triunfar en el mundo del arte. Se le oponìan practicamente todos, desde sus padres, a su esposa, al gato.
Al fin vence él, pero el pequeño narrante pierde asì, aquél mundo encantado, y el despertar es doblemente brusco, porqué funestado de un gravisimo accidente automovilìstico que golpeò la entera famlia.
